• Article de Mar Abrines: ‘Mi experiencia como educadora social en Can Banús’

    11/10/2017

    Después de más de cinco años (entre una ida y venida) trabajando como educadora social en Can Banús quiero compartir parte de mi experiencia y agradecimiento a la Fundació Acollida i Esperança.

    Tuve la gran suerte de entrar a trabajar en octubre de 2009 como educadora de fines de semana, cuando aún el título de educadora estaba recién salido del horno y yo apenas tenía 21 años. En esos primeros pasos por “La casa donde se construyen los sueños” (como la llamaba uno de los primeros compañeros de trabajo) mi función la veía sencilla: relacionarme con los residentes desde lo lúdico y desde el ocio. Acompañarlos a realizar salidas a mercados, museos, playa, conciertos, pasear por Barcelona, Badalona y alrededores… Desde esos espacios la relación que se establece es, en términos generales, relajada, amena, amistosa. Fue en febrero de 2010 que entré a cubrir unas vacaciones como educadora de mañanas. Ahí la cosa cambió. El ritmo era diferente, las necesidades eran distintas y mis funciones también. Sin querer crear debate, ya que no es el momento ni el lugar, ahí me di cuenta que lo que había aprendido en las aulas de Mundet no me servía de mucho. La experiencia de vida es lo que te hace crecer, la escuela de la vida es lo que te hace posicionarte desde un lugar más adecuado. Relacionarme desde la humildad, la sinceridad y la confianza, fueron las herramientas que me salieron instintivas para establecer los primeros vínculos con las personas que empecé a acompañar.

    Empecé a observar, sentir y escuchar sus historias de vida más profundas. Unas historias de vida duras, áridas; de unos hombres (en ese momento sólo había hombres en Can Banús, hasta años más tarde no fue una casa de acogida también para mujeres) que habían sufrido mucho y algunos que también habían hecho sufrir mucho. Para mí, los empecé a ver como unos supervivientes de la sociedad actual. Una sociedad enferma en muchos sentidos, sobre todo enferma de valores éticos, justos y solidarios, no obstante, tampoco creo que sea el momento ni el lugar para hacer ahora una crítica social.

    Durante años, sin darte cuenta, vas normalizando situaciones, actitudes, historias de vida y supongo que es algo instintivo como humanos para protegernos de la dureza que puede suponer estar al lado de realidades tan extremas. Sin darme cuenta, con los años, me volví más dura, menos sensible…más distante, creo que también para protegerme. Aún así mi implicación era muy grande, y en lugar de aprender a gestionarlo de forma diferente, mi poca experiencia de vida y mi poco autoconocimiento provocó que llegase a sentir emociones como la frustración y el famoso síndrome del quemado (Burnout).

    En este contexto, a los cuatro años de trabajar en Can Banús mi cuerpo, mente y alma me pidió parar, relajarme, respirar y dejar de vivir en la inercia en la que había caído viviendo en el caos de Barcelona. Me escuché, creo que por primera vez en la vida, y me escuché diciéndome a mí misma que necesitaba cuidarme, dejar de cuidar a los demás y dedicarme a mí. En ese momento fue la única manera que encontré para sobrellevar el mundo loco en el que vivimos todas y cada una de las personas que hemos nacido en este llamado “primer mundo”. Me encontré metida en una crisis existencial. Así que paré, respiré, viajé, visité otros lugares, otras comunidades, otros sistemas, otros proyectos sociales… También, por circunstancias de la vida, volví a la tierra que me vio nacer, Mallorca, con la intención de reconciliarme con mis orígenes. En todo proceso de reconciliación hay tormentas, yo viví algunas personales y profesionales, de las cuáles salí más fuerte, más consciente y a la vez más humana y sensible. Es el momento de mencionar que necesité acompañamiento terapéutico, el cual me ayudó a trabajar duelos, a conocerme, a resituarme en mi familia y en el mundo, para finalmente avanzar en la búsqueda del sentido de mi vida, del sentido de mí día a día, que en muchos momentos sentía que lo había perdido.

    Entre esos momentos de tormenta y calma, trabajé variopintamente, en lo que me salía: profesora de TIC para personas mayores, camarera de un catering de bodas, monitora artística de niños en el mismo catering de bodas, cuidadora de personas con discapacidad intelectual, educadora social a 6 horas semanales en una residencia de personas mayores… y finalmente un día recibí el mensaje de una amiga y antigua compañera de Can Banús donde me explicaba que otra compañera estaba a punto de cogerse la baja de maternidad. Me lo pensé, una, dos, tres veces…si ese era el mejor tren para mí, y finalmente algo me dijo que sí, que las segundas partes a veces son más buenas.

    Mi mochila era más grande, más pesada, pero a la vez tenía la certeza que esa mochila más cargada me facilitaría mi nuevo posicionamiento como educadora social, así que de nuevo me dirigí a Can Banús en mayo de 2016. La acogida que recibí fue muy calurosa y emotiva, muy especial. En momentos parecía que todo estaba igual pero no, mi mirada había cambiado así que era una realidad nueva para mí, aunque muy familiar.

    Entré por segunda vez con pies de plomo. No quería caer en las trampas ya conocidas de asistencialismo, frustración, hiperresponsabilidad, o “colegueo”. Respiré y poco a poco me fui relajando, fui observando, sintiendo y actuando con mi nueva perspectiva. Tengo que agradecer el disfrute, amor y crecimiento profundo de esta segunda etapa en Can Banús. Mi relación con todas y cada una de las personas que forman parte de esta gran familia ha sido más sana, con una comunicación más fluida y respetuosa.

    La primera vez, por mi forma de ser, mi limitada experiencia y las circunstancias del momento, estaba llena de silencios, de prejuicios, de tensiones, de emociones que no era capaz de gestionar.

    ¿Y por qué explico todo esto?

    Por qué trabajar como educadora social no es sencillo; trabajar como educadora con la idiosincrasia de un recurso residencial no es sencillo; trabajar junto a otras personas dando un servicio a una comunidad no es sencillo. Entran en juego muchas historias de vida, muchas emociones y sentimientos, muchos pensamientos y conflictos.

    Por el agradecimiento que siento a toda la gran familia de la Fundació Acollida i Esperança quiero expresar algunas claves que he aprendido y experimentado en estos años, unas claves para un acompañamiento socioeducativo sano y constructivo:

    1) Trabajar desde la salud de las personas, desde las potencialidades y no desde la problemática, la enfermedad o las limitaciones.

    2) Acompañar desde el respeto, la humildad y la confianza hacia las personas.

    3) Tener una mirada libre de prejuicios, de estereotipos, de etiquetas.

    4) Acompañar desde/para/hacia el silencio. Dando lugar a una escucha activa y respetuosa.

    5) Establecer vínculos saludables con las personas a las que acompañas y con el equipo con el que trabajas.

    6) Sentirte parte del equipo para llevar a cabo un acompañamiento desde la fuerza y el sentido de la unión y visión multidisciplinaria. El trabajo en equipo es poderoso.

    7) Cuestionar cada decisión que se tome. El equipo, está claro y sabido, que es una autoridad, como autoridad tiene un cierto poder. Es peligroso el uso que se haga de ese poder.

    8) Acompañar desde el amor al otro, un amor sano sin codependencia.

    9) Tener muy presente a las familias de las personas que se acompañan, trabajar con ellas para reestablecer vínculos, nunca tener la pretensión de ser sustitutos.

    10) Evitar ver a las personas que se acompañar cómo víctimas de la sociedad o de su historia. Desde la pena no se puede realizar un acompañamiento sano y constructivo.

    11) Seguir trabajando para la desinstitucionalización de las personas, evitar estancamientos, acomodamientos. En un mundo y sistema óptimo, los servicios sociales estarían extinguidos, no tendrían que ser necesarios.

    12) Abrir las realidades de las personas afectadas por el VIH/SIDA al barrio, a la comunidad. Seguir haciendo un trabajo de sensibilización y prevención.

    13) Acompañar individual y grupalmente desde los intereses, motivaciones y sueños de las propias personas, los verdaderos protagonistas de sus vidas.

    Sin más, agradecer todo el tiempo compartido en esta gran familia. Me despido con un hasta otra, esta vez con 29 años y con muchas experiencias y emociones que me recuerdan y me reafirman el importante y buen trabajo que se hace desde la Fundació Acollida i Esperança tanto con las personas a las que ofrecéis vuestro servicio como a toda la comunidad.

    Gracias família!

    Mar Abrines Ramírez

     

    PD. L’Angelo, una de les persones que viu a Can Banús, ha fet aquest fotomuntatge de comiat per a la Mar.