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    16/05/2013

     Artículo de Jordi Usurriaga Safont, director de Can Banús

    Una de las características por las que queremos significarnos en el trabajo socioeducativo que realizamos, es el querer dar una atención cercana con carácter familiar y hogareño. Estamos hablando de procurar que la persona se sienta acogida, en primera instancia desde la proximidad, en un contacto de persona a persona, de ser humano a ser humano. Las diferencias entre los que trabajamos y las personas atendidas, son ligeras y tenues son las líneas que separan los recorridos vitales.

    Cuando miro a un nuevo ingreso, muchas veces pienso ¿dónde estaría yo de haber vivido las situaciones que ha vivido esta persona? ¿Me habrían afectado por igual? Con toda seguridad que sí, los ambientes, los diferentes sistemas en los que nos ha tocado vivir han conformado nuestras experiencias vitales, y así hemos ido andando en la senda de la vida.

    Cuando se acercan a nosotros, queremos que experimenten un acogimiento, en primer lugar sin juicio, que no se sientan juzgados por lo que son, por lo que les tocó vivir, por aquello que haya acontecido en su vida. Despojar la mirada de juicio, si bien es un trabajo difícil, libera al que es mirado de esta forma, y aporta la dosis de humildad necesaria para desarrollar un buen trabajo de acompañamiento.

    Nos sitúa a ambos en un mismo escalón, ni más arriba ni más abajo. Esto nos posibilita acercarnos y ofrecerle un espacio en nuestras casas y en nuestros corazones. Abrir por igual los espacios de vida más infraestructurales es una metáfora para poder acogerlos en nuestro corazón, y que se sientan parte de los mismos, parte de una comunidad de vida, en que a unos nos toca vivir a un lado y a otros en otro, pero vivimos juntos.

    Lo hogareño por cercano, por espacio de acogida, por espacio de seguridad también, lo intentamos tejer desde diferentes lugares. Además de la mirada sin juicio, y del acogimiento incondicional, nos preocupamos de que tengan una buena, variada y rica alimentación. A partir de una comida muy tradicional, muy de casa de toda la vida, desde el gusto y el olfato les ofrecemos la posibilidad de una dieta equilibrada y que les vaya recordando caminos transitados, y que les recuerde, en la mayoría de los casos sabores y olores de sus respectivos sistemas de origen.

    Además de un espacio propio, también les conminamos a tener responsabilidades hacia el centro y hacia los demás compañeros, entretejiendo derechos y deberes, responsabilidades y tomas de decisión. El dar casa también quiere decir espacios de decisión, empezamos por hechos aparentemente simples, como que puedan escoger el menú del día de su aniversario, para que puedan recuperar protagonismos positivos, y así de esta forma recuperar el sentido de importancia para los demás.

    Y en el día a día ofrecemos y damos un espacio de participación propio de los residentes, su asamblea, en la que los profesionales no participamos directamente. Recogemos sus inquietudes y las trabajamos, dando puntual respuesta a todos sus temas. También facilitamos un espacio de asamblea general, donde compartimos profesionales y residentes, y en el que hablamos de las cosas que nos afectan en la vida diaria y cotidiana.

    Entendemos que el concepto casa lleva implícito el concepto participación y otorgación de poder, en este caso de decisión. Y ahí estamos conjugando y equilibrando, la proximidad, lo familiar con lo más técnico.

    Todos los que hemos ido entrando a trabajar en la Fundación hemos seguido con una tradición lingüística que hace, de una forma ligera, un énfasis sobre los servicios. Todos nos referimos a nuestros recursos residenciales por el nombre de los mismos, Bailén, Martí Pujol, Itaca, Convent, Can Banús, en ningún caso les llamamos piso de acogida ni centros residenciales. Al incidir en el nombre remarcamos su personalidad y le vamos atribuyendo, casi sin querer, sentido de pertenencia. Este hábito, se trasmite casi por ósmosis al resto de personas que van contactando con nosotros y evidentemente, los residentes no tardan mucho en incorporarlo.

    Y que bien que nos sienta, cuando alguien vuelve de una estancia fuera, sea en el ámbito familiar, sea en el hospital, o cuando volvemos de colonias, oir la expresión: “¡Qué bueno que es volver a casa!”.