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    10/06/2013

    Artículo de Luis Latorre, exresidente, trabajador de Can Banús y miembro del patronato de la Fundació Acollida i Esperança

    Un día como hoy entraba por la puerta de Can Banús acompañado de Conchi, una de las educadoras del centro. ¡Quién me iba a decir a mi entonces que esta casa me fuera a cambiar la vida!
    Llegué roto, enfermo, triste y sin ganas de vivir. Llevaba bastante tiempo en la calle drogándome, robando y engañando a la gente que me rodeaba. No me importaba nada, sólo sobrevivir. Dormía en la playa porque el dinero que conseguía sólo me servía para comprar droga. No tenía donde ir, sin familia, sin amigos, sin nadie que confiara en mí.

    Pero al entrar por la puerta de Can Banús ya noté un gran alivio. Tuve la sensación de llegar a un lugar de paz. El entorno, los jardines y los árboles le daban a la casa un aspecto que a mí me pareció de mucha tranquilidad. Con el tiempo descubrí que no era una casa de acogida cualquiera y que, detrás de estas paredes, había un grupo de personas que creían en gente destrozada como yo. Nos trataban con cariño, respeto y dignidad sin importarles nuestra procedencia. Y eso para mí ya era suficiente.

    Me sentía acogido ya que tener una habitación donde dormir y un plato de comida en la mesa era mucho más de lo que yo podía esperar. Con el tiempo, en aquellos momentos de mi vida fui descubriendo que mi recuperación era posible porque la gente que me rodeaba me daba confianza. Empecé a sentirme querido, era una sensación que ya tenía olvidada en el pasado. Gracias a las tareas diarias y las actividades del centro me volví a sentir una persona útil y una de las cosas más importantes para mí fue el hecho de poder trabajarme el perdón. Esto hacía mucha mella en lo más hondo de mí. La culpabilidad de haber contagiado a mi mujer y que al poco tiempo falleciera por la enfermedad fue algo muy duro. Eso era algo que, de alguna manera, yo tenía enterrado en lo más profundo de mi corazón y no podía sacarlo hasta que aquí, con la ayuda del equipo y las personas que me apoyaban, pude experimentar el perdón. La culpa es algo que arrastraré toda mi vida pero conseguir llevarla en paz es un alivio para el alma.

    Los lazos con algunos compañeros del centro se fueron haciendo fuertes. Notaba que la vida me estaba cambiando, que mi proceso iba bien y entonces se me ofreció la posibilidad de poder trabajar en un recurso de la entidad. ¡Eso fue la increíble! Recuperado físicamente, emocionalmente y espiritualmente y encima ¡poder tener un trabajo estable! ¡Qué más podía pedir!

    Mi vínculo con la gente de la comunidad fue creciendo hasta el punto de estar convencido de que, si mi recuperación era posible, mi intención era la de poder devolver a Can Banús lo mucho que estaban haciendo por mí. No podía expresar con palabras la gratitud. Era feliz, pero lo mejor aun estaba por llegar. Aquí tuve la gran fortuna de cruzarme con la persona que amo y con la que estoy felizmente casado. Sin ella este camino de constancia y perseverancia no creo que hubiese sido posible. El saber que la persona que quieres está todos los días de tu vida a tu lado, en los momentos más dulces y también en los más duros, acompañándote en la vida pero también en la enfermedad… eso no tiene precio. Es lo mejor que me ha podido pasar. Realmente me siento una persona muy afortunada y desde aquí quisiera dar las gracias a todas las personas que han hecho que esta nueva vida maravillosa sea posible. Mi gratitud infinita. Nunca en la vida os podré olvidar. Siempre estaréis en mi corazón.